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Una perspectiva intersubjetiva para comprender la problemática de violencia ascendente o filio paren

La violencia ascendente o violencia filio – parental, es un fenómeno que si bien ha tenido antecedentes históricos en familias desestructuradas y ha sido asociado a problemáticas mentales o de consumo de substancias, en la actualidad aparece cada vez más vinculado a familias “normalizadas” y ha ido adquiriendo más relevancia a través de los medios de comunicación que atestan su incremento en los juzgados, lugar en el que se multiplican los casos.

La violencia filio parental o violencia ascendente, se entenderá como la violencia (conductas de abuso) que ejercen hijos o hijas contra principalmente las madres, padres u otras figuras significativas cuidadoras, socavando su autoridad y configurando una situación de abuso y humillación para ellas. Su etiología es diversa y compleja, y acontece debido a la interrelación de diferentes causas ubicadas en diferentes niveles: a nivel socio-cultural, a nivel intersubjetivo-relacional, y a nivel individual-subjetivo.

De esta violencia, conocemos por la literatura, investigaciones y nuestra propia experiencia al respecto, que en la mitad de los casos se trata de familias mono parentales (madres) que han vivido y sufrido situaciones de violencia de género en el pasado, y re-experimentan la dolorosa situación de que estos ahora jóvenes adolescentes reproducen las consecuencias de la violencia de género vividas en el hogar en su infancia, recordando a sus madres los peores momentos vividos en antaño, con la diferencia de que ahora son los hijos o hijas quienes perpetran estas violencias contra sus madres. Condición que ha llevado a algunos autores a hablar de un subtipo de violencia de género.

Por otra parte, sabemos también que esta problemática se presenta en familias “normalizadas”, que en apariencia no presentan dificultades ni económicas ni de relación, pero que una vez en la situación de entrevista, se manifiestan las serias dificultades relacionales admitidas a veces explícitamente (conflictos) o por el contrario familias que por sus dinámicas relacionales, nunca han podido mostrar la más mínima nota de desacuerdo o conflicto respecto a algo…hasta ahora.

Solemos encontrar familias con padres ausentes o descomprometidos en la educación y crianza de los hijos e hijas y madres irritables por llevar la carga de la crianza y la educación de los/as hijos/as, las labores de casa y habitualmente también un trabajo fuera del hogar, lo que muestra que parejas no igualitarias facilitan el desarrollo de esta problemática. También, hay familias con padres o madres autoritarios/as que suelen tener conflictos en mayor o menor medida con él o la otro/a progenitor/a en los métodos de crianza y en las formas de disciplina, en las que en más de alguna ocasión acaban agrediendo al hijo o hija, a la vez que aislándose y declarándose aparte o fuera de las tareas de crianza y cuidado de sus hijos o hijas.

Otro aspecto muy importante a destacar, es el ciclo vital en el que esta violencia acontece, a saber, la adolescencia, época convulsa en el desarrollo identitario de cualquier ser humano que se caracteriza por tensionar la relación entre la pertenencia y la individuación con los progenitores o la familia de origen. Y por tanto, la relación entre progenitores (madres, padres), u otras figuras cuidadoras y los hijos y/o hijas se ve en conflicto y crisis, que en la normalidad se resuelve con la humanización de la figura de apego, y con la “configuración” de un Self o identidad diferente (único) pero familiar (perteneciente).

Este aspecto, parte del ciclo vital normal, se olvida a menudo a la hora de comprender la violencia filio parental, no porque sea normal esta violencia hacia las madres y/o padres en la adolescencia ni mucho menos, sino que más bien por el delicado momento de equilibrio, de ajustes y reajustes, de negociaciones y acuerdos tácitos y explícitos entre los miembros de esta relación afectiva parental-filial, que en esta época del ciclo vital, se encuentra vulnerable y en una completa transformación y cambio. Y que cuando las condiciones de posibilidad para desarrollarse con normalidad se ven obstruidas, sujetadas o dificultadas por otras razones, la violencia filio-parental se asoma como un intento de solución con sus consecuentes daños y efectos indeseables.

Por tanto podemos comprender que en este sensible momento, someter a otras condiciones que dificulten, imposibiliten, dañen o destruyan esa condición vincular ya de por sí difícil, facilitará la emergencia de la violencia filio parental, al ser un verdadero antídoto (inmediato y cortoplacista) para compensar o evitar las impotencias, dolores, angustias, miedos, ansiedades, vacíos, abandonos, pérdidas, y desprecios que se originan en el seno de la familia, pero de los que no se habla.

En muchas ocasiones al enfrentar esta violencia, se olvida o deja de lado a los ejes del poder (posicionamientos y reconocimientos) y a las emociones (vínculos, apegos, validaciones) que se han fraguado en la historia de la relación y que proyectan en los jóvenes una manera de construir una relación consigo mismo/a y una relación con los otros/as y el mundo.

Así, cuando se centra la atención principalmente en la violencia ocurrida, específicamente en la conducta violenta, situación que consideramos necesaria pero no suficiente para comprender e intervenir con ella, se olvida que la violencia constituye un poderoso síntoma que como una luz de bengala atrae la atención, brilla y resalta por su espectacularidad, ocultando la historia relacional de lo que no se ha dicho, de lo que la palabra no alcanza a mencionar, de lo que sólo se actúa desde una conciencia opaca al otro, de una afectividad y emocionalidad intra-subjetiva, desconectada y ajena a la vivencia y la comprensión del otro/a, una mentalidad que despoja al otro/a de su condición de alguien, y le impone una condición de algo facilitando así su agresión. Y en donde la propia mente del que agrede se vuelve juez y parte justificando su actuación como moralmente adecuada y justa.

Es sabido que gran parte de los conflictos humanos tienen en el fondo una base emocional, y mientras esa experiencia emocional no sea abordada desde un marco de diálogo abierto, de escucha activa y de aceptación de la visión del otro como legítimo otro, será muy difícil encontrar alguna solución que no suponga otra futura agresión.

La mayoría de los enfoques que buscan intervenir sobre esta problemática que van desde lo psicopatológico, lo educativo a lo jurídico, consideran estos aspectos en poca o casi ninguna medida. Pero en donde poco a poco la evidencia indica que desde una visión más ecológica, global e integral del problema se hace necesario comprender el fenómeno de la violencia filio-parental con esta base socio-afectiva y relacional, por lo que las medidas de internamiento no suponen una solución mágica.

Por ello el planteamiento desde nuestro modelo intersubjetivo trae consigo la condición interpersonal e intersubjetiva en todos y cada uno de los miembros de la familia, condición que interpreta que a la base de esta baja o inexistente sintonía afectiva, acontece el conflicto cuya única posibilidad de resolución anida en la apertura de una posibilidad de conversación desde la aceptación del otro como legítimo otro. Situación, que posibilitaría la superación de una concepción intra-subjetiva de las emociones y podría transformarlas a una instancia inter-subjetiva que compromete y afecta a todos los miembros de la familia.

Esta consideración implícita supone entonces entender la emoción dentro de una consideración de la comunión (trascendente a sí mismo y que afecta a los/as otros/as) antes que de la pura agencia (Entendiendo la afectividad de quien agrede o daña como a un sujeto aislado y separado de los demás, de su entorno y finalmente de sí mismo/a).

Indicamos esto, porque entendemos que la emoción, la mentalización y la auto-consciencia de ésta vivencia emocional, constituye la vía y la oportunidad para cambiar la relación con uno mismo y con el otro/a: donde hubo agencia, que haya comunión. Superar esta reducción de la emoción a un ámbito interno y puramente individual, y establecer la posibilidad de conexión con los y las otros/as a través de la emoción facilita la emergencia de la empatía, la compasión, la comprensión, y en definitiva, la aceptación del otro como un legítimo otro en la praxis del vivir lo que supone una condición que por sí misma reduce o anula la posibilidad de violencia.

 

Álvaro Ponce Antezana. Doctor en Psicología Social, Máster en psicoterapia, Psicoterapeuta. Psicólogo experto en violencia de género y en otras violencias intrafamiliares. Fundador de la Associació Conexus y Coordinador y supervisor de los programas de atención de Conexus.

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