Si nos atenemos al significado de la palabra violencia, sabemos que viene del latín y refiriéndose a alguien violento significa: "Dicho de una persona: Que actúa con ímpetu y fuerza y se deja llevar por la ira" [1]. Convengamos que se trata de algo propio e íntimo del ser humano, y que se ejerce contra otro que en principio no consiente a ello. Sigmund Freud nos dice que en la violencia se trata de una disposición instintiva innata y autónoma del ser humano [2]. Precisamente, lo que nos diferencia de los animales y hace que se pueda mantener ciertamente controlado el nivel de violencia de los seres humanos es la Cultura. ¿Qué entendemos por cultura? Lo simbólico, el uso de la palabra, la conversación, aún allí donde pueda haber malos entendidos. Las instituciones como la familia, la escuela, la Iglesia, el ejército y tantas otras son mecanismos que crea la sociedad para que los seres humanos pasen, se enreden, funcionen, por el tamiz de la Cultura. En ese sentido, la escuela es la continuación de la familia. Ciertamente su función simbólica es que el niño se "socialice", esto lo hace a través de la relación que se establece con el saber pero también con los educadores, con los otros compañeros, con los hábitos, etc. Es decir, siguiendo a Foucault se trata de una operación de orden y disciplina. La escuela determina como han de funcionar las personas, que se debe aprender, que valores se transmiten, etc. La escuela como tal es una comunidad. Mucha gente, niños y adultos pasan incontables horas juntos compartiendo el mismo espacio. Mientras las demandas que les llegan a los maestros es que el dispositivo-escuela funcione, es interesante constatar que hay muy poca reflexión sobre el funcionamiento interno de estas comunidades. La escuela y el discurso pedagógico se preocupan más por el quehacer que por el pensar sobre la tarea. Por ejemplo, se hacen muchas reuniones para hablar de temas operativos: "¿qué se hace con?" En ese sentido, la escuela como mecanismo de disciplina y socialización busca controlar las emociones de quienes conviven allí, en particular de los niños, suponiendo que los adultos ya lo hacen (se usa el eufemismo de gestionar las emociones) Sin embargo siempre hay algo que se escapa, que es estructural y que a la vez interpela al sistema. Durante varios años supervise un dispositivo de apoyo a las escuelas en Barcelona. Muchos de los casos que discutíamos evidenciaban algún conflicto agresivo o violento de algún alumno. Cuando ahondábamos en la cuestión, aparecía en la mayoría de casos dificultades de los claustros. Llegue a pensar en un axioma: A más niños "conductuales" (actos disruptivos, violentos) más respuestas "conductuales" de parte de la escuela y viceversa. Por el contrario, a más reflexión de los educadores acerca de las causas, de los errores o dificultades propias, menos violencia. Esto me permitió constatar que la escuela paradójicamente y como cualquier otra institución produce violencia. El hecho mismo de obligar a alguien a aprender aún si su consentimiento (obviamente inconsciente) ya supone cierta violencia. Pero también volviendo a Freud, la violencia propia de los seres humanos (hablamos en este caso de los educadores) difícilmente quede exenta del sistema. Se trata en cualquier caso de analizarla y trabajarla en el caso por caso y muchas veces vemos como esto va más allá de protocolos generales. Este año visite Helsinki (el sistema de educación finlandés es considerado unos de los mejores del mundo) Tuve la oportunidad de visitar cinco escuelas y conversar con sus directores. Para mi sorpresa, todos dijeron que para ellos lo primero y esa es la base de su éxito, es el bienestar de las personas y que el aprendizaje viene por añadidura. [1] RAE.
[2] Malestar de la Cultura. Obras Completas. Amorrortu. 1986.
Mario Izcovich és psicòleg y vice-president de l'Institut de la Infància.