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Sobre extranjería, exclusión y desahucio

Article publicat a elblogdemargaritaalvarez.com el 28 de maig de 2016

Desplazados, desalojados, desahuciados... son términos que escuchamos con frecuencia hoy en día. Los tres tienen significados distintos pero empiezan por des, prefijo que implica pérdida o fuera de. En todos, eso se produce por la acción del Otro.

Los sujetos son desplazados fuera de sus hogares, o de sus países, normalmente por conflictos bélicos o situaciones de violencia generalizada.

Los desalojados son hechos salir del lugar donde se alojan por una acción de fuerza del Otro. Pueden haberlo ocupado ilegalmente como es el caso de muchos sin hogar o del movimiento okupa, o pueden simplemente ser desalojados de una calle o de una zona porque se considere que su presencia es incómoda.

El verbo desahuciar está formado por el prefijo des y un verbo poco común: ahuciar, que quiere decir esperanzar o dar confianza. Así que desahuciar quiere decir, quitar toda esperanza y toda confianza, cuestión que está implícita en sus otras dos acepciones más empleadas: quitar a un enfermo toda esperanza de curación o despedir a un arrendatario mediante una acción legal.

El hecho de ser desplazado, desalojado o desahuciado pone al sujeto, o al colectivo que lo sufre cuando menos en una situación asimétrica respecto a los otros, cuando no en riesgo o situación de exclusión.

En relación al primer caso, podemos decir que la igualdad o la desigualdad se miden siempre en tanto a un rasgo, por ejemplo el sexo, tener una casa o disponer de pasaporte. No implica nunca que uno sea igual o desigual al otro en todo. Eso no existe en el mundo humano: el sujeto siempre es particular, el goce singular, hasta las identificaciones son siempre parciales.

Sin embargo, el empuje identificatorio para situarnos a nosotros mismos y a nuestros allegados, es decir, para construir un mundo en que sentirnos seguros o refugiarnos, hace que con frecuencia, cuando compartimos un rasgo con el otro creamos que lo compartimos todo; y que, por lo mismo, cuando no compartimos un rasgo con él , tendamos a situarlo como distinto, y a segregarlo fuera de nuestro mundo, identificado e identificatorio, como extraño, extranjero a nosotros.

No es que el otro no comparta nada con nosotros, es que “nosotros” no lo sabemos y lo pensamos así. La identificación, basada en el ideal, implica siempre dejar fuera lo que no entra en él. El “nosotros” es principio de segregación, y ésta siempre es una manera de tratar lo distinto mediante la separación.

En cuanto al extranjero, el vocablo lleva el prefijo ex, que también significa fuera de.

La noción de extranjero toma un carácter más acentuado hoy en día, cuando las seguridades vacilan y todos, personas y países, podemos caer en cualquier momento del sistema devenidos desecho suyo, no ya en situación de no-igualdad sino de exclusión.

Me refiero aquí a una noción de extranjero más amplia y radical que la empleada habitualmente y que he tomado de un texto muy interesante del lingüista Jean-Claude Milner sobre la noción de extranjero que acabo de traducir, en el que diferencia dos tipos (1).

Primero parte de la aproximación a la noción de extranjero a partir del lenguaje: el extranjero, señala, para un ser hablante, es otro ser hablante al que no puede situar en el interior de su espacio hablante, que es un espacio social.

Luego, plantea que en la actualidad se tiende a pensar al extranjero en términos asimétricos: en relación a lo que uno considera su centro de referencia, uno mismo por ejemplo, determina lo que es extranjero para él. Pero uno no se plantea si él es extranjero para el otro.

Sin embargo, Milner sitúa que en la Grecia clásica no existía esta asimetría: la noción de extranjero era recíproca. Uno era extranjero para aquel que era extranjero para él, del mismo modo que era enemigo de su enemigo o huésped de su huésped (huésped en castellano, como hôte en francés quiere decir tanto hospedante como hospedado). En este sentido, se lamenta de que, por ejemplo, en el caso de los refugiados se hable de país hospedante cuando están hacinados en campos, es decir, no se les trata con reciprocidad; no es lo mismo, precisa, dar refugio que acoger -entiendo que dar refugio en campos a los que están en situación de radical exclusión es una manera de introducir cierta protección pero es un tratamiento de la cuestión mediante la segregación, distinto que hospedar o acoger.

Volviendo a la reciprocidad, Milner sitúa que uno es solo uno mismo en tanto pertenece a un círculo de pertenencia. En el mundo antiguo, el extranjero era alguien que no pertenecía a él, pero se consideraba que pertenecía a otro; no era del mismo país, de la misma ciudad, pero era de otros. Eso hacía que los hombres se consideraran iguales, lo que favorecía la identificación y la acogida temporal en el propio círculo.

En este sentido, la palabra xenofobia, señala, ni existía ni podía existir en el mundo antiguo. La palabra xenos era solo una manera de nombrar aquel cuyo nombre no se conocía, pero al que se suponía un igual. Tan pronto como se le nombraba desaparecía el miedo y podía acogérsele -excepto en la tiranía, precisa, donde el miedo no desaparecía: el primer signo de la tiranía es la ausencia de hospitalidad.

Entonces, en este mundo, si alguien era extranjero, los demás también lo eran para él. La extranjería designaba así el lazo social por excelencia.

Pero no todo era recíproco. Había los allegados, los míos; también, los extranjeros con los que se mantiene un lazo de reciprocidad; y, por último, aquellos humanos con los que no mantengo ningún tipo de lazo, que Milner califica de los más-que-extranjeros.

Habría entonces dos tipos de extranjeros: aquellos con los que hay un lazo recíproco, los extranjeros de lo Mismo; y los extranjeros con los que no se mantiene ningún lazo, los más-que-extranjeros o extranjeros del Héteros.

Milner plantea que las teorías humanistas se ocupan de los primeros según el lema: “Nada humano me es ajeno”. Pero el segundo, señala, define la axiomática moderna de la exclusión: los extranjeros más-que-extranjeros existen; tienen forma humana pero no podemos atribuirles los mismos sentimientos que tenemos nosotros, nuestra misma vida. Podemos decir que si falla la identificación del otro como semejante, amigo o rival, entonces entramos en la pendiente de no situarlos entonces como humanos sino como cosas.

El texto de Milner me ha hecho pensar en lo que Jacques Lacan vaticinó en 1967 sobre que la progresión de los mercados comunes crecería conjuntamente con la extensión de los procesos de segregación (2). En un mundo cada vez más globalizado, cada vez hay más desplazados y excluidos. El capitalismo produce un lazo cada vez más segregativo.

En un momento en que consumimos con normalidad productos fabricados en la otra punta del mundo o nos relacionamos a través de las redes sociales con personas de cualquier lugar, esta tesis de Milner sobre la axiomática moderna de la exclusión me parece especialmente esclarecedora.

Una puede creer que comparte el mismo círculo de pertenencia con alguien que vive en las Antípodas, pero no pensar lo mismo respecto a alguien que duerme en la esquina de su casa o que está empujando la verja de entrada a su país, es decir, en situación de exclusión.

El problema, por lo general, al menos en Occidente ahora, no son los extranjeros en el sentido de personas procedentes de otro país, los que tienen otra lengua u otras costumbres. Son aquellos, de mi mismo país o no, que no puedo incluir en mi círculo de pertenencia, que es siempre simbólico e imaginario pero incluye una modalidad de satisfacción hasta cierto punto conocida o compartida. Y que tampoco puedo situar en otro círculo. Cuando el otro está excluido del Otro queda reducido a una cosa, a su ser de goce. Y, entonces, surge el horror. Lo Otro radicalmente extranjero es el goce que no podemos situar.

En nuestra época, la era del hombre sin atributos o sin cualidades (3), todos somos objetivados, reducidos a números, cuantificados. Por otro lado, los conflictos, motivados por la religión, las fuentes de riqueza o las fronteras, no dejan de crecer a la sombra de un capitalismo librado a sí mismo, que nos sitúa a todos en riesgo de exclusión, reducidos a restos caídos del sistema, no contabilizables, sin interés para el Otro.

La acción del sistema empuja de múltiples maneras al desahucio con las consecuencias que he anotado al comienzo de pérdida de “toda esperanza, de toda confianza”.

El ser humano tiene planeado el mismo reto en los planos colectivo e individual: conseguir volver a confiar sin ser ingenuos, sino advertidos. Y eso no vendrá solo, requerirá mucho esfuerzo por parte de todos y cada uno.

 

Notas:

1. Jean-Claude Milner, "Del huésped al enemigo, del próximo al lejano, los nombres del extranjero", a aparecer próximamente en Colofón 36, revista de la Federación Internacional de Bibliotecas del Campo Freudiano (FIBOL), Medellín, 2016.

2. Jacques Lacan, "Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela", en Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012.

3. Robert Musil, "El hombre sin atributos" (1933-1942). Barcelona: Seix Barral, 1986.

 

Margarita Álvarez és psicòloga especialista en Psicologia Clínica. Psicoanalista. AME de l'Associació Mundial de Psicoanàlisi. Docent de la Secció Clínica de Barcelona.

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